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¿De dónde son los escritores? Literatura latinoamericana, entre viaje y exilio.

Cosmopolitas y multilingües.  Asi son casi todos los escritores latinoamericanos.  Sin que se pierda nunca el talento innato de nuestra cultura para la poesía y las historias.  Al contrario:  devolviéndole a la literatura occidental, en un español rejuvenecido, toda su energía y su magia.

 

“And Ne Forhtedan Nà”.  No se debe tener miedo.  Son las palabras en viejo sajón que el argentino Jorge Luis Borges, enamorado de esta antigua literatura, escogió de la Völsunga Saga para la inscripción de su tumba en el cementerio de los Reyes, en Ginebra,  la querida ciudad de su adolescencia, donde había estudiado al Collège Calvin y donde terminó su vida en 1986.  En  la misma Ginebra, entre 1914 y 1918, el pequeño Julio Cortázar, recién nacido en Bruselas, pasó parte de los años de la primera guerra mundial.  Y fue también en Ginebra que el mexicano Carlos Fuentes (nacido en Panamá, con estudios en Suiza y en Estados Unidos) cursó Hautes Etudes Internationales en la Universidad, lo que le llevó a ser delegado de México ante los organismos internacionales con sede en esta ciudad y luego a seguir trabajando como diplomático para el gobierno mexicano en varios países.

 

¡La lista es interminable!  Muchos futuros escritores entraron precozmente en un mundo lingüístico distinto de su idioma materno o del lugar en donde vivían, sea porque sus padres eran extranjeros (Alejo Carpentier por ejemplo, cuyo padre era francés, o Julio Cortázar, cuya madre era belga), sea porque fueron criados por niñeras o institutrices alemanas, inglesas o francesas (los argentinos Jorge Luis Borges o Alberto Manguel) o porque estudiaron en otros países o en colegios extranjeros en su país mismo.  Y tampoco tuvieron miedo de marcharse un día, de dejarlo todo para empezar y vivir otra vida en otro lugar.

 

El uruguayo Mario Benedetti, nacido en 1920, siguió las clases del colegio alemán de Montevideo, antes de repartir su vida entre esta ciudad y Madrid.  El chileno José Donoso estudió en el colegio inglés Grange en Santiago, obtuvo  en 1949 una beca de la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, escribió sus primeras obras en inglés y luego marchó a España donde permaneció 14 años.  El colombiano Álvaro Mutis hizo sus primeros estudios en Bruselas y vive desde años en México.  La chilena Isabel Allende empezó sus estudios en el colegio americano en Bolivia, los continuó en el colegio inglés de Beirut (Líbano) y vive ahora en Estados Unidos.  El colombiano Santiago Gamboa, nacido en 1965, estudió en el colegio italiano Leonardo da Vinci de Bogotá, se licenció en la Universidad Javeriana de Bogotá, se graduó en Filología Hispánica en la Complutense de Madrid, fue a estudiar literatura cubana en la Sorbonne en París y reside ahora en Roma.

 

¿VIAJE O EXILIO?

 

Todos no eligieron marcharse:  el cubano Guillermo Cabrera Infante (Tres Tristes Tigres), nacido en 1929, fundador de la cinemateca de Cuba en 1951, director del Instituto de Cine en 1959 y director de la revista literaria Lunes de Revolución hasta su clausura en 1961, fue nombrado, en 1962, agregado cultural en Bélgica y allí empezó sus más de 30 años de exilio por desacuerdo con el régimen.  Vive ahora en Londres.  El chileno Antonio Skármeta (El cartero de Neruda), se encontraba estudiando en la Columbia University de Nueva York para su tésis sobre Cortázar cuando empezó la dictadura de Pinochet.  Se trasladó a Berlín (en lo que era entonces Alemania Occiedental) donde vivió 15 años y donde, mucho más tarde, en la Alemania reunida, fue nombrado embajador de Chile.  Sin olvidar el cubano Reynaldo Arenas (Antes que anochezca), nacido en 1942, que después de años de maltratos, encarcelamientos y tortura alcanzó a huir de Cuba hasta Miami en 1980.  Durante 10 años más recorrió Venezuela, Francia, Portugal, Suecia, Dinamarca y España para sensibilizar a la gente sobre la realidad cubana.

 

Sin embargo, este cosmopolitismo, estos viajes incesantes, son en general de libre elección:  el uruguayo Juan Carlos Onetti decidió vivir entre Montevideo y Madrid por propia voluntad.   El autor de No se lo digas a nadie (1994), el peruano Jaime Bayly, nacido en 1965, se ha establecido definitivamente en Miami porque lo encuentra práctico tanto para sus actividades de escritor como de periodista y de presentador de televisión.  El autor de Amphytrion, el mexicano Ignacio Padilla, nacido en 1968, se instaló en Londres con su familia porque fue elegido en 2000 agregado cultural de su país, después de haber estudiado en Edimburgh y Salamanca. 

 

Pero ¿por qué tantas ansias de irse?  ¿Qué hay en el extranjero que uno no encuentra en su propio país?  ¿Cuáles son las verdaderas motivaciones para un cambio muchas veces no tan fácil? ¿Cúales son los criterios que permiten a un escritor escoger su destino e irse?  Ahí tenemos los testimonios de muchos autores, en particular los que en un cierto momento de su vida eligieron vivir en París.

 

PARÍS, CIUDAD LITERARIA POR EXCELENCIA

 

Italo Calvino, el escritor italiano nacido en Cuba en 1923, autor de Ciudades Invisibles, fascinado por las ciudades, reales o imaginarias, escribió en La Machine Littérature (Paris, Seuil, 1984) a propósito de La Comédie Humaine, la gigantesca obra de Balzac:  "Toda la energía novelística está sostenida por la fundación de una mitología de la metrópolis”.

 

Los grandes novelistas y poetas del siglo XIX y XX que se leían en América Latina hasta los años 50, tanto en los colegios como en las universidades, fueron más bien franceses.  Honoré de Balzac, Victor Hugo, Stendhal, Emile Zola, Gustave Flaubert hicieron de París más que una ciudad:  un mito, mágico, sofisticado y literario, un lugar de libertad y de vicio, de riqueza y de cultura.  Éste era el lugar del mundo donde se alcanzaba la fama, donde los escritores eran más que respetados:  glorificados.  Cada aspirante a escritor o a artista ha soñado un día con ir a esta ciudad que abría las puertas al mundo entero.  Y cada artista tenía una razón propia,  una búsqueda más íntima para realizar su deseo.

 

La mayor parte de los escritores latinos que vivieron en París respetaron la mitología de la ciudad:  se instalaron Rive Gauche, o sea en la ribera izquierda del Sena, donde antaño se encontraban la ciencia, la filosofía, la literatura y los artes, por oposición a la Rive Droite, la ribera derecha donde se encontraban el poder y el dinero.  Y no en cualquier lugar de la ribera izquierda, sino en el famoso Barrio Latín, llamado asi porque allí, desde el siglo XII, se encuentra la Sorbonne, una de las universidades más ilustres del mundo, donde el brillante Pierre Abélard (el mismo de Abélard y Heloïse) dictaba sus cursos precisamente en latín, el idioma de la iglesia y de la cultura hasta el siglo XV.

 

La vida de artista

 

“Bohemia de París, alegre, loca y gris, de un tiempo ya pasado...” canta Charles Aznavour.  Para el peruano Mario Vargas Llosa, que en actualidad vive entre Lima, Madrid, Londres y la Ciudad Luz, París fue exactamente eso.  Allí terminó La ciudad y los perros y escribió también La casa verde y Los cachorros y allí empezó Conversación en la catedral.  En uno de sus textos, Sebastián Salazar Bondy y la vocación de escritor en Perú, en Contra viento y marea I (1962 – 1972), Seix Barral, Barcelona, 1983) escribió que París fue para él lo que le salvó de la Lima de los años 1950, donde ser escritor no significaba nada y era “poco menos que la muerte civil, poco más que llevar la deprimente vida de paria”.

 

En sus memorias (El pez en el agua, Seix Barral, Barcelona, 1993), cuenta cómo en 1958 ganó un concurso de relatos breves cuyo premio era un viaje a París patrocinado por una revista francesa.  Enamorado de París, regresó a Lima, consiguió una beca para estudiar a la Complutense de Madrid, y dejó rápido España por París y el Barrio Latín.  Vivió primero en un ático del Hotel Watter y luego en un minúsculo apartamento de la rue de Tournon, cerca del Senado y de los Jardins du Luxembourg.  Cuenta con humor que la casa donde él vivía se ha vuelto muy famosa, pero no por él sino porque allí vivía también Gérard Philippe, un famosísimo actor francés.  Cuenta también que Julio Cortázar le dijo un día que escogió vivir en París “porque no ser nadie en una ciudad que lo era todo era mil veces preferible al contrario”.

 

Julio Cortázar vivía también en el Barrio Latín, en la rue Séguier, cerca de la Place Saint-André-des-Arts y de la Place Saint-Michel, muy cerca del Sena.  Utilizó París en su obra literaria, en particular para Rayuela (1963), la obra que marcó toda una generación:  “¿Encontraría a la Maga?  Tantas veces me había pasado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Ponts des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua.”

 

LA MAGA, ROCAMADOUR Y UNA GUÍA TRISTE

 

El personaje de La Maga fue inspirado por Edith Aron, una argentina de origen alemana, amiga de Cortázar en el París de los años 50.  Tradujo su obra al alemán hasta 79 y con él hizo muchas de las cosas absurdas que cuenta Rayuela, como por ejemplo el entierro solemne de un viejo paraguas en el Parc Montsouris.  Ahora vive en Londres, tiene 81 años y cuenta en una entrevista al País Semanal (Madrid):   “Cuando lo conocí me llamaba Madur, y usó para el nombre del niño el nombre de Rocamadour porque le sonaba bien...”.  Rocamadour, el nombre de una ciudad francesa.  El Club de la Serpiente fue inspirado por la movida parisina del Saint-Germain-des-Prés de estos años (jazz, vodka, política, arte, literatura y metafísica), cuya representante más famosa,  Françoise Sagan, la autora de Buenos días tristeza, acaba de morir.  Julio Cortázar murió en París en 1984.  Su tumba, en el Cementerio Montparnasse, es todavía objeto de devoción.

 

Cortázar fue el maestro de Alfredo Bryce Echenique, “el otro peruano” como lo apodó una famosa revista literaria francesa, en referencia a Vargas Llosa.  Nacido en 1939, vivió en varios edificios del Barrio Latín, todos cerca de La Sorbonne:  rue de l’Ecole Polytechnique, Place de la Contrescarpe, rue de Navarre, rue Amyot.  Paseaba diáriamente en la rue Mouffetard, la Mouff’ para los íntimos.  En su divertidísima Guía triste de París (Punto de Lectura, Santillana, Madrid, 1999), una colección de reportajes que escribió para varias publicaciones (“guías prácticas hay, buenas y malas, pero que yo sepa no existen guías tristes, y mucho menos de París” nos dice de entrada), explica que “la fantasía terminó haciendo de las suyas” a pesar de la absoluta veracidad de los detalles. 

 

Es un irónico retrato de la bohemia latina y de la vida en París, y sus eternos problemas de vivienda:  “Alfredo vivía en un moderno, amplísimo y muy bien iluminado atelier de artista, en la Cité Internationale des Arts.  Y con vista al Sena, nada menos.  Y ni siquiera pagaba alquiler, pues el atelier era una beca que la ciudad de París – a través de su alcaldía, me imagino – otorgaba a escultores, pintores y músicos.  O sea a todos aquellos artistas que requieren de espacios grandes o de perfecta insonorización para su trabajo diario, según averigüé en mi afán de que se me otorgara un atelier-vivienda como el de Alfredo, también a mí.  Pero nones:  los escritores no metemos ruido cuando escribimos y nuestras cuartillas caben hasta debajo de un puente del Sena.”  Sin olvidar las inevitables concierges:  “Mi primera portera era una abuelita que vivía con su madre, y entre las dos sumaban algo asi como un millión de años.  Ella misma decía, pobrecita, que cuando Dios dijo Fiat lux, ya su mamá y ella debían varios meses de electricidad, y que por eso habían terminado en una portería, desde tiempos inmemoriales.”

 

TEORÍA Y PRÁCTICA DE PARÍS

 

Cuenta también el ambiente gauche divine de estos años dominados por la pareja Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir:  “En Francia, entonces, se militaba mucho, siempre, eso sí, hacia la izquierda. (...)  Resulta que el cine norteamericano, por provenir del imperialismo yanqui, era todo de derechas.  Asunto grave para mí, porque en mi país de provenencia, o sea en el Perú, casi todito el cine que llegaba venía de Estados Unidos con alienación, neocolonialismo y destino manifiesto.”  Bryce Echenique vivió tranquilo el famoso Mayo 68, la revolución estudiantil cuyo eslogan era sous les pavés, la plage (“debajo de los adoquines, la playa”, que se gritaba tirando los adoquines a los policías), a pesar de haber sido profesor en Nanterre, la Universidad que fue al centro de la revuelta estudiantil.  También enseñó en la Universidad de Vincennes, en las afueras de París, y en la de Montpellier, en el sur del país. 

 

Precisamente, ¿de qué vivían los escritores latinos en París?  De becas y de trabajitos.  Durante muchos años, Francia tuvo una política muy generosa de becas para estudiantes extranjeros de las que aprovecharon muchos futuros escritores.  Pero eran muy reducidas.  Cortázar, que fue becario al principio, tuvo que hacer traducciones (le debemos, en particular, la primera traducción al español de las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar).  A Vargas Llosa le tocó enseñar español en la escuela Berlitz antes de encontrar trabajo como periodista en la sección española de la Agence France Presse, y en un programa de la Radio y Televisión Francesa en español.  García Márquez, en 1955, fue corresponsal del diario colombiano El Espectador en Roma, lo que le permitió llegar a París siguiendo la huella de Hemingway.  En el Barrio Latín, terminó El coronel no tiene quien le escriba, entre dos visitas a la Librería Española a dos pasos de su casa para verificar si tenían sus obras...

 

La Liga para la Cooperación Intelectual de la Sociedad de las Naciones (fundada después de la primera guerra mundial por Einstein, Valéry, Bergson, Freud, Tagore y Unamuno),  que será a partir de 1945 la UNESCO, siempre ha tenido su sede en París y ha sido una gran fuente de ingresos para una cantidad de escritores latinoamericanos, sea como traductores (¡Cortázar y Vargas Llosa coincidieron en una conferencia en Grecia en 1967!) sea como representantes o embajadores (la chilena Gabriela Mistral, el mexicano Octavio Paz, la cubana Zoé Valdés).  El ministerio de Asuntos Exteriores de sus países respectivos también permitió a muchos escritores vivir cómodamente en París:  Rubén Darío fue nombrado Consul de Nicaragua en 1903, el mexicano Alfonso Reyes fue diplomático de la Delegación mexicana en París de 1914 a 1925, el cubano Alejo Carpentier (que murió allí en 1980), el mexicano Octavio Paz, el mexicano Carlos Fuentes, el chileno Pablo Neruda fueron todos embajadores de su país en París.  Pero nada de Rive Gauche y de Barrio Latín:  ¡estos últimos pasaron directamente a la ribera derecha del Sena!

 

©Sergio Belluz, 2015. (Revista Mapalé, Toronto: Editorial Mapalé, abril 2005)

 

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Ilustración:

- Julio Cortázar (en.wikipedia.org)

- tomba de Cortázar en el cementerio de Montparnasse (Sergio Belluz)

 



20/05/2015
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